Emma’s POV
Lunes 01 Noviembre
12:30 P.M.
La hora del almuerzo era siempre la hora más incómoda
del día junto con todas las demás horas que incluya la acción de consumir
alimentos, donde me veo obligada a fingir y justificar el porque no como, pero
cada día esas excusas son menos convincentes y faltantes de creatividad y se
van agotando, entonces tengo que proseguir a ignorar las preguntas.
Mis papás no
entienden, no sé si tan siquiera se han dado cuenta. Mis amigas lo saben, están
atentas y tratan de ayudarme, pero no pueden, no deben, tienen que dejarme
lidiar con esto, como Hunter, quien se preocupa desde lejos, y a veces, cuando
se entromete demasiado, lo dejo hablando y me marcho de donde está porque
necesita darme espacio. Y al resto de las personas, ¿por qué tendría que
explicarles? Si de cualquier manera su opinión sobre lo que haga o no será
siempre la misma. ¿Por qué preocuparse entonces?
Lo único que
siempre cargo conmigo es una manzana roja, pero la regalo antes de la hora de
clases o si no, me veo obligada a tirarla a la basura, aunque me haga sentir
peor, o dársela a algún vagabundo que me cruce en la calle.
–¿Te sientes
bien el día de hoy? –me preguntó Hunter cuando se sentó frente a mi en la mesa
del comedor.
Yo le sonreí
y asentí con la cabeza.
Él se
preocupa por mi, pero lo he ido orillando a que no lo demuestre y eso me causa
algo de remordimiento, también me convierte en una hipócrita, el tiene sus
problemas y yo los míos. Le prohibo que hable conmigo sobre el tema, pero yo
siempre le hablo sobre su tema.
–Si, estoy
bien, gracias –le contesté y bostecé exhausta–. Sólo estoy un poco mareada.
Aunque el
cansancio no es cansancio, es debilidad. Una cosa completamente distinta. Pero
me suele pasar, y sé perfectamente porque estoy familiarizada con este tipo de
incidentes. Me siento débil y termino en la enfermería por desmayo.
Las luces de
la enfermería me calaron y tuve que cerrar los ojos. Los volví a abrir unos
segundos después, ahora más despacio hasta que me fui acostumbrando a la luz
blanca.
Estaba
acostada en la camilla, con Hunter y la
enfermera observándome. Me había vuelto a desmayar, me lo tomo con calma
últimamente, me he ido acostumbrado, pero la enferma siempre tratará de
convencerme de hacer lo contrario a mi objetivo, y un desmayo, para Hunter, es
como una amnesia: vuelve a opinar sobre mi problema y lo tengo que parar.
Sé que ambos
se preocupan por mí, la enfermera de una forma no tan directa, ya que es su
trabajo y yo soy para ella una niña más haciendo berrinche. Pero Hunter se
preocupa por mí al igual que yo me preocupo por él, porque él también tiene sus
problemas.
–Supongo que
estás bien –me dijo la enferma–. Es el primer día del mes, me hubiera gustado
que lo iniciaras diferente, Emma. Lamento no poder ayudarte, pero el consejero
escolar seguro que puede de alguna manera u otra y siempre tendrá sus puertas
abiertas para ti si necesitas hablar con él.
–Lo siento
–le dije fingiendo estar avergonzada–. Trataré de que no pase de nuevo.
–Emma, sólo
puedes evitar esto si mantienes un dieta saludable y balanceada. Si consumes
alimentos regularmente –me dijo, regañándome–. Te aconsejo, de todo corazón,
que busques ayuda. Esto no es normal y no está bien.
–Eso piensas
tú, pero no es una molestia –le repliqué harta–. Aunque gracias de todos modos.
–Come esta
manzana –me pidió Hunter, ofreciéndome una manzana.
–Gracias
–dije y agarré la manzana.
Hubo un
momento incómodo, donde esperaron a que comiera la manzana. Suspiré y le di una
primera mordida, con dificultad, tragué, aunque fingiendo que todo estaba bien.
Cuando la acabe y sólo quedó el corazón, les sonreí.
–¿Lo ven? Si
como –les dije y me puse de pie.
Ambos
suspiraron con impaciencia, pero conformes.
–Puedes irte
ahora –me dijo la enfermera.
3:00 P.M.
A la hora de la salida, Hunter me estaba esperando en
mi casillero, seguro quería decirme algo sobre lo sucedido que no puedo decirme
en la enfermería. Siempre era de esa manera, por lo general me dice lo mismo
que la enfermera, pero a su modo. Me hace sentir mal al respecto, para después
disculparse. No lo culpo, tiene sentimientos, sólo que no sabe como explicarlos
correctamente o es incomprendido, como yo.
–¿Cuánto
tiempo, Emma? –me preguntó autoritario.
–No lo sé
–le contesté.
–Llevabas
más de una semana sin comer –me acusó.
–Hubiera
muerto –le dije con un bufido.
–Podemos
vivir sin comer por casi cincuenta días cómo máximo, claro que no en las
mejores condiciones, créeme, no hubieras muerto, pero tampoco quiero verte
intentarlo –me dijo y se cruzó de brazos.
–¿Quieres
que engorde? –le pregunté sorprendida.
–Sonará
raro, pero si –admitió–. Sería bueno que subieras algo de peso.
–Si, suena
extraño –le dije–. Normalmente a los chicos cómo tu les gustan las chicas que
son flacas, así que pensé que te agradaría si yo estuviera de esa manera.
–No trates
de culparme a mi por esto, sabes que yo no tengo nada que ver –me señaló
enojado–. Y si lo estás haciendo por mi, entonces estás mal, porque realmente
me gustas y no es por tu físico. Si crees que me gusta agarrar un saco de
huesos cada vez que te toco, estás equivocada y necesitas darte cuenta –me dijo
e hizo una pausa–. Emma, necesitas subir de peso, estás por debajo de tu peso
normal. Pero pronto estarás por debajo de lo que ya sería considerado bajo
peso.
–¿Qué
quieres decir? –le pregunté enojada.
–Quiero
decir que necesitas ayuda –me dijo desesperado–. ¡Emma, trato de ayudarte!
–No quiero
ayuda, estoy bien así –le grité, capturando atención de los que pasaban cerca
nuestro–. Y es mejor que te ocupes de tus propios problemas antes de tratar con
problemas de las demás personas. ¿No crees? –le dije despectiva.
–Si, tienes
razón. Perdón por preocuparme por ti más de lo que jamás lo he hecho por mi. Lo
siento si me preocupo por tu salud y tu bienestar antes del mío. Lo siento –me
contestó herido–. ¿Y sabes qué? No me parece justo todo lo que estás haciendo.
Siendo tan hermosa… mírate, Emma, te estás arruinando –e hizo una pausa–. Pero
desde ahora es tú problema, me pediste que me quedara a un lado, y así lo haré,
princesa, no más atención para ti.
5:00 P.M.
Me encuentro en la casa, en mi habitación. Mi lugar
favorito en este mundo, donde puedo esconderme y lidiar con mis problemas de la
manera que más me gusta: sola. Pero, tal vez, debería empezar a cambiar algunas
cosas, empezando por la soledad. Sé que tengo un problema, más me veo perfecta
tal y cómo soy. Si una persona me lo dice, no me importaría, porque ¿cuánto es
una persona? Uno. Pero si varias personas me lo dicen, entonces sé que hay algo
mal conmigo, aunque aun no tengo claro que es.
–Voy a comer
ahora –me animé a mi misma–. Ahora mismo.
Entonces me
levanté de mi cama y me dirigí hacia la cocina. Cuando llegué, abrí el
refrigerador, había varias cosas. Bien ¿A quién quiero engañar, a mi misma?
Está lleno, pero ninguna comida me apetecía. Cerré el refrigerador desanimada,
y me senté en una de las sillas de la barra, abatida.
–¿Cariño?
¿Qué haces aquí? –preguntó mi mamá extrañada cuando entró a la cocina.
Supongo que
le sorprende cada vez que vengo a la cocina, no lo hago muy a menudo. Si
intentas encontrarme, la cocina debería ser tu última opción. Yo también me
sorprendería.
–¿Tiene algo
de malo que esté en la cocina? –pregunté a la defensiva.
–No, claro
que no –se apresuró mi mamá a contestar–. Pero es algo extraño viniendo de ti
–admitió y se acercó.
–Quiero
comer algo –le dije, volteándola a ver.
–Eso es algo
realmente bueno –me dijo mi mamá, emocionada–. ¿Qué quieres? Te prepararé lo
que pidas.
Noté lo
entusiasmada que estaba con la idea de que comiera algo y me tocó alguna parte
en el fondo de mi corazón que se sintiera de esa manera.
–Es que…
–suspiré–. No debería –le dije.
–¿De qué
estás hablando? –preguntó confundida–. Come algo –me ordenó.
–Me gustaría
comer algo sin sentir culpa de haberlo comido.
–Cariño…
–comenzó–. Tú y yo tenemos que hablar de algunas cosas que he suspendido tantas
veces con la esperanza de que algún día entrarías a la cocina y comerías algo
sin después tener que escucharte en el baño vomitándolo todo –me dijo y se
sentó al lado mío–. He estado investigando… unos buenos psicólogos, sé que te
ayudaran –me comentó.
–¿Psicólogos?
–pregunté espantada–. No, mamá –me negué.
–Te será de
ayuda. Ya verás –trató de convencerme.
–Ellos
ayudan a los que tienen problemas –me quejé–. ¡No tengo problemas! –le grité–.
¡No estoy loca!
–No, pero
todo lo que ves en el espejo está en tu mente –me dijo–. Emma.
Miércoles 3
10:00 A.M.
Mi mamá había hecho una cita con un psicólogo
especializado que me ayudaría. Debía admitirlo, estoy nerviosa. Sé que necesito
ayuda, pero el aceptar que tengo un problema hace que todo el mundo se me venga
encima, es por eso que no lo admito, porque duele menos. Y estoy consciente de
lo delgada que estoy, pero cuando me veo en el espejo es diferente. Me veo
gorda y siempre hay alguna imperfección con mi peso. Pero cuando me toco, y
siento mis costillas y mis huesos, me siento perfecta, me siento bien, me
siento orgullosa.
–Emma Hill
–llamó la recepcionista de la psicóloga.
Me puse de
pie, nerviosa, y caminé hacia dentro de la oficina.
–Hola, Emma.
Toma asiento, por favor –me recibió la psicóloga con una gran sonrisa.
Y así lo
hice. Me senté en el sofá y esperé a que dijera algo más.
11:15 A.M.
En camino a la casa lo único en lo pude ocupar mi
mente fue en mi sesión con la psicóloga. Me dijo varias cosas que eran
importantes, me dijo la verdad a mi cara sin piedad y me hizo darme cuenta de
ciertas cosas, expuso mis puntos débiles, pero admitirlos era el problema. No
los puedo resolver a fondo, no tan pronto, me llevará tiempo. Porque, dentro de
mi, yo sé que cuando me mire en el espejo, me veré de la misma manera en la que
me he visto desde que tengo diez años o quizás menos. Y no puedo ir por ahí
tratando de pelear y evitar los espejos en mi camino, no puedo ir ahí sin
pensar en cómo me veo.
–¿Cómo te
sentiste? –me preguntó mi mamá.
–No lo sé
–le respondí.
–¿Insegura?
¿Sentiste confianza? Dímelo –me insistió.
–Me sentí de
muchas maneras–admití sin dar especificaciones.
–¿Quieres
algo de comer? –me preguntó.
Sé que ella
cree que solo por platicar con la psicóloga estaré bien. Pero no quiero comer,
no todavía, un tiempo más, todavía aguanto unos días más.
–No
–le contesté.
1 comentario:
jeje
"bravo"
sigue escribiendo ;) muy buen blogg
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