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4/29/2011

Cap. 06



Emma’s POV
Lunes 01 Noviembre
12:30 P.M.

La hora del almuerzo era siempre la hora más incómoda del día junto con todas las demás horas que incluya la acción de consumir alimentos, donde me veo obligada a fingir y justificar el porque no como, pero cada día esas excusas son menos convincentes y faltantes de creatividad y se van agotando, entonces tengo que proseguir a ignorar las preguntas.
     Mis papás no entienden, no sé si tan siquiera se han dado cuenta. Mis amigas lo saben, están atentas y tratan de ayudarme, pero no pueden, no deben, tienen que dejarme lidiar con esto, como Hunter, quien se preocupa desde lejos, y a veces, cuando se entromete demasiado, lo dejo hablando y me marcho de donde está porque necesita darme espacio. Y al resto de las personas, ¿por qué tendría que explicarles? Si de cualquier manera su opinión sobre lo que haga o no será siempre la misma. ¿Por qué preocuparse entonces?
     Lo único que siempre cargo conmigo es una manzana roja, pero la regalo antes de la hora de clases o si no, me veo obligada a tirarla a la basura, aunque me haga sentir peor, o dársela a algún vagabundo que me cruce en la calle.
     –¿Te sientes bien el día de hoy? –me preguntó Hunter cuando se sentó frente a mi en la mesa del comedor.
     Yo le sonreí y asentí con la cabeza.
     Él se preocupa por mi, pero lo he ido orillando a que no lo demuestre y eso me causa algo de remordimiento, también me convierte en una hipócrita, el tiene sus problemas y yo los míos. Le prohibo que hable conmigo sobre el tema, pero yo siempre le hablo sobre su tema.
     –Si, estoy bien, gracias –le contesté y bostecé exhausta–. Sólo estoy un poco mareada.
     Aunque el cansancio no es cansancio, es debilidad. Una cosa completamente distinta. Pero me suele pasar, y sé perfectamente porque estoy familiarizada con este tipo de incidentes. Me siento débil y termino en la enfermería por desmayo.

     Las luces de la enfermería me calaron y tuve que cerrar los ojos. Los volví a abrir unos segundos después, ahora más despacio hasta que me fui acostumbrando a la luz blanca.
     Estaba acostada en  la camilla, con Hunter y la enfermera observándome. Me había vuelto a desmayar, me lo tomo con calma últimamente, me he ido acostumbrado, pero la enferma siempre tratará de convencerme de hacer lo contrario a mi objetivo, y un desmayo, para Hunter, es como una amnesia: vuelve a opinar sobre mi problema y lo tengo que parar.
     Sé que ambos se preocupan por mí, la enfermera de una forma no tan directa, ya que es su trabajo y yo soy para ella una niña más haciendo berrinche. Pero Hunter se preocupa por mí al igual que yo me preocupo por él, porque él también tiene sus problemas.
     –Supongo que estás bien –me dijo la enferma–. Es el primer día del mes, me hubiera gustado que lo iniciaras diferente, Emma. Lamento no poder ayudarte, pero el consejero escolar seguro que puede de alguna manera u otra y siempre tendrá sus puertas abiertas para ti si necesitas hablar con él.
     –Lo siento –le dije fingiendo estar avergonzada–. Trataré de que no pase de nuevo.
     –Emma, sólo puedes evitar esto si mantienes un dieta saludable y balanceada. Si consumes alimentos regularmente –me dijo, regañándome–. Te aconsejo, de todo corazón, que busques ayuda. Esto no es normal y no está bien.
     –Eso piensas tú, pero no es una molestia –le repliqué harta–. Aunque gracias de todos modos.
     –Come esta manzana –me pidió Hunter, ofreciéndome una manzana.
     –Gracias –dije y agarré la manzana.
     Hubo un momento incómodo, donde esperaron a que comiera la manzana. Suspiré y le di una primera mordida, con dificultad, tragué, aunque fingiendo que todo estaba bien. Cuando la acabe y sólo quedó el corazón, les sonreí.
     –¿Lo ven? Si como –les dije y me puse de pie.
     Ambos suspiraron con impaciencia, pero conformes.
     –Puedes irte ahora –me dijo la enfermera.

3:00 P.M.

A la hora de la salida, Hunter me estaba esperando en mi casillero, seguro quería decirme algo sobre lo sucedido que no puedo decirme en la enfermería. Siempre era de esa manera, por lo general me dice lo mismo que la enfermera, pero a su modo. Me hace sentir mal al respecto, para después disculparse. No lo culpo, tiene sentimientos, sólo que no sabe como explicarlos correctamente o es incomprendido, como yo.
     –¿Cuánto tiempo, Emma? –me preguntó autoritario.
     –No lo sé –le contesté.
     –Llevabas más de una semana sin comer –me acusó.
     –Hubiera muerto –le dije con un bufido.
     –Podemos vivir sin comer por casi cincuenta días cómo máximo, claro que no en las mejores condiciones, créeme, no hubieras muerto, pero tampoco quiero verte intentarlo –me dijo y se cruzó de brazos.
     –¿Quieres que engorde? –le pregunté sorprendida.
     –Sonará raro, pero si –admitió–. Sería bueno que subieras algo de peso.
     –Si, suena extraño –le dije–. Normalmente a los chicos cómo tu les gustan las chicas que son flacas, así que pensé que te agradaría si yo estuviera de esa manera.
     –No trates de culparme a mi por esto, sabes que yo no tengo nada que ver –me señaló enojado–. Y si lo estás haciendo por mi, entonces estás mal, porque realmente me gustas y no es por tu físico. Si crees que me gusta agarrar un saco de huesos cada vez que te toco, estás equivocada y necesitas darte cuenta –me dijo e hizo una pausa–. Emma, necesitas subir de peso, estás por debajo de tu peso normal. Pero pronto estarás por debajo de lo que ya sería considerado bajo peso.
     –¿Qué quieres decir? –le pregunté enojada.
     –Quiero decir que necesitas ayuda –me dijo desesperado–. ¡Emma, trato de ayudarte!
     –No quiero ayuda, estoy bien así –le grité, capturando atención de los que pasaban cerca nuestro–. Y es mejor que te ocupes de tus propios problemas antes de tratar con problemas de las demás personas. ¿No crees? –le dije despectiva.
     –Si, tienes razón. Perdón por preocuparme por ti más de lo que jamás lo he hecho por mi. Lo siento si me preocupo por tu salud y tu bienestar antes del mío. Lo siento –me contestó herido–. ¿Y sabes qué? No me parece justo todo lo que estás haciendo. Siendo tan hermosa… mírate, Emma, te estás arruinando –e hizo una pausa–. Pero desde ahora es tú problema, me pediste que me quedara a un lado, y así lo haré, princesa, no más atención para ti.

5:00 P.M.

Me encuentro en la casa, en mi habitación. Mi lugar favorito en este mundo, donde puedo esconderme y lidiar con mis problemas de la manera que más me gusta: sola. Pero, tal vez, debería empezar a cambiar algunas cosas, empezando por la soledad. Sé que tengo un problema, más me veo perfecta tal y cómo soy. Si una persona me lo dice, no me importaría, porque ¿cuánto es una persona? Uno. Pero si varias personas me lo dicen, entonces sé que hay algo mal conmigo, aunque aun no tengo claro que es.
     –Voy a comer ahora –me animé a mi misma–. Ahora mismo.
     Entonces me levanté de mi cama y me dirigí hacia la cocina. Cuando llegué, abrí el refrigerador, había varias cosas. Bien ¿A quién quiero engañar, a mi misma? Está lleno, pero ninguna comida me apetecía. Cerré el refrigerador desanimada, y me senté en una de las sillas de la barra, abatida.
     –¿Cariño? ¿Qué haces aquí? –preguntó mi mamá extrañada cuando entró a la cocina.
     Supongo que le sorprende cada vez que vengo a la cocina, no lo hago muy a menudo. Si intentas encontrarme, la cocina debería ser tu última opción. Yo también me sorprendería.
     –¿Tiene algo de malo que esté en la cocina? –pregunté a la defensiva.
     –No, claro que no –se apresuró mi mamá a contestar–. Pero es algo extraño viniendo de ti –admitió y se acercó.
     –Quiero comer algo –le dije, volteándola a ver.
     –Eso es algo realmente bueno –me dijo mi mamá, emocionada–. ¿Qué quieres? Te prepararé lo que pidas.
     Noté lo entusiasmada que estaba con la idea de que comiera algo y me tocó alguna parte en el fondo de mi corazón que se sintiera de esa manera.
     –Es que… –suspiré–. No debería –le dije.
     –¿De qué estás hablando? –preguntó confundida–. Come algo –me ordenó.
     –Me gustaría comer algo sin sentir culpa de haberlo comido.
     –Cariño… –comenzó–. Tú y yo tenemos que hablar de algunas cosas que he suspendido tantas veces con la esperanza de que algún día entrarías a la cocina y comerías algo sin después tener que escucharte en el baño vomitándolo todo –me dijo y se sentó al lado mío–. He estado investigando… unos buenos psicólogos, sé que te ayudaran –me comentó.
     –¿Psicólogos? –pregunté espantada–. No, mamá –me negué.
     –Te será de ayuda. Ya verás –trató de convencerme.
     –Ellos ayudan a los que tienen problemas –me quejé–. ¡No tengo problemas! –le grité–. ¡No estoy loca!
     –No, pero todo lo que ves en el espejo está en tu mente –me dijo–. Emma.

Miércoles 3
10:00 A.M.

Mi mamá había hecho una cita con un psicólogo especializado que me ayudaría. Debía admitirlo, estoy nerviosa. Sé que necesito ayuda, pero el aceptar que tengo un problema hace que todo el mundo se me venga encima, es por eso que no lo admito, porque duele menos. Y estoy consciente de lo delgada que estoy, pero cuando me veo en el espejo es diferente. Me veo gorda y siempre hay alguna imperfección con mi peso. Pero cuando me toco, y siento mis costillas y mis huesos, me siento perfecta, me siento bien, me siento orgullosa.
     –Emma Hill –llamó la recepcionista de la psicóloga.
     Me puse de pie, nerviosa, y caminé hacia dentro de la oficina.
     –Hola, Emma. Toma asiento, por favor –me recibió la psicóloga con una gran sonrisa.
     Y así lo hice. Me senté en el sofá y esperé a que dijera algo más.

11:15 A.M.

En camino a la casa lo único en lo pude ocupar mi mente fue en mi sesión con la psicóloga. Me dijo varias cosas que eran importantes, me dijo la verdad a mi cara sin piedad y me hizo darme cuenta de ciertas cosas, expuso mis puntos débiles, pero admitirlos era el problema. No los puedo resolver a fondo, no tan pronto, me llevará tiempo. Porque, dentro de mi, yo sé que cuando me mire en el espejo, me veré de la misma manera en la que me he visto desde que tengo diez años o quizás menos. Y no puedo ir por ahí tratando de pelear y evitar los espejos en mi camino, no puedo ir ahí sin pensar en cómo me veo.
     –¿Cómo te sentiste? –me preguntó mi mamá.
     –No lo sé –le respondí.
     –¿Insegura? ¿Sentiste confianza? Dímelo –me insistió.
     –Me sentí de muchas maneras–admití sin dar especificaciones.
     –¿Quieres algo de comer? –me preguntó.
     Sé que ella cree que solo por platicar con la psicóloga estaré bien. Pero no quiero comer, no todavía, un tiempo más, todavía aguanto unos días más.
     –No –le contesté.

1 comentario:

Anónimo dijo...

jeje
"bravo"
sigue escribiendo ;) muy buen blogg